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La entrada al castillo está delimitada por un puente estrecho de piedra, que en la Edad Media tendría en su parte central una pequeña parte levadiza de madera y un foso de entre 6 y 8 metros de ancho, con la idea de salvaguardar la fortaleza de los posibles ataques enemigos. Este sistema defensivo se completaría con un barbacana, un muro o terraplén antepuesto a la muralla y de menor altura, como el siguiente elemento para la protección de la fortificación, después de cruzar un foso que podría estar cubierto de agua.
Las actuales murallas de la fortaleza, incluidas sus cuatro torres, corresponden a la reconstrucción impulsada por el arzobispo compostelano Alonso II de Fonseca en 1472, en el contexto de las reparaciones de los daños ocasionados por la revuelta de los Irmandiños. Por este motivo, el trabajo fue dirigido por maestros canteros del País Vasco que emplearon como mano de obra a los perdedores de esta contienda. A nivel constructivo podemos destacar que no todos los paramentos de la fortaleza son de cantería, existiendo una notable reutilización de sillares (resultan evidentes las variación en las dimensiones y coloraciones de las piedras), mampostería irregular y piezas labradas. Estas modificaciones en los materiales corresponden a una época posterior, la Edad Moderna, cuando los alcaides o merinos (los responsables de la fortaleza nombrados por el señor) quieren adaptar este espacio a sus necesidades residenciales y gustos palaciegos.
Otras fases importantes en la restauración de las murallas y del castillo fueron llevadas a cabo por la familia de los Martelo en el siglo XIX a modo de residencia de verano, y posteriormente por la Diputación Provincial de A Coruña, en la década de 1980, para convertirlo en un espacio público.