A 1.300 metros de altitud, los mamposteros del siglo IX construyeron, piedra a piedra y con sus manos, esta austera pero ya casi eterna iglesia prerrománica, relacionada con los caballeros de la Orden de Jerusalén o con la Orden de Malta. De todos los blancos del hielo con los fríos, de todos los verdes del brillante musgo con la templanza, testigo mudo de más de mil años de peregrinaje, de vida, y de lo que haya después.